Desde tiempos inmemoriales los reptiles no han pasado desapercibidos para los seres humanos. Han sido odiados pero también venerados por antiguas civilizaciones. Prueba de ello la encontramos en el periodo tardío de Egipto donde algunos sacerdotes alimentaron a cocodrilos del Nilo (en el interior del templo de Kom Ombo) o en la antigua China mediante interacciones similares con otros miembros de la familia Crocodylidae.
En babilonia, 3er milenio A.C, fue también evidente su devoción por lagartos monitores (al estar éstos presentes en muchos de sus relieves) y en el imperio romano algunas serpientes fueron exhibidas por sus propietarios como si se tratase de animales domésticos. Cierto es que aquellas pioneras tenencias o convivencias con reptiles respondían a místicas creencias o al culto hacia determinadas especies y nada tenían que ver con los actuales fines de la terrariofilia.
Casas de fieras, la antesala de los parques zoológicos.
Siglos después, el “interés” por las criaturas de sangre fría siguió su curso y los reptiles estuvieron presentes en las casas de fieras reales y principescas a partir del S. XVI. Aquellos “Zoológicos” aristocráticos, también conocidos como “menageries”, albergaron reptiles europeos y en menor medida especies foráneas que habían sido capturadas durante los exóticos viajes de la realeza, intercambiadas o adquiridas a marchantes de la época.
La precaria e infructuosa tenencia de aquellas singulares especies tan solo pretendía evidenciar el poder de sus soberanos poseedores a excepción de la casa de fieras de Schönbrunn (Viena), fundada en 1800, que sí disponía de una orientación científica con fines taxonómicos.
De entre las anteriores, cabe destacar la casa real de fieras francesa dado que ésta se convirtió, tras la revolución francesa, en la “Ménagerie du Jardin des plantes”. Un notorio parque zoológico que dio lugar en 1838 a la primera “casa de reptiles” del viejo continente, a petición de quien fue titular del departamento de reptiles y peces A.M.C Duméril.

Aquellas pioneras instalaciones dedicadas en exclusiva al mantenimiento de reptiles y anfibios, y que poco después fueron replicadas en el London´s Regen´t Park (1849) y en el zoo de Amsterdam (1852), son consideradas por muchos autores como las precursoras de la “terrariofilia” que hoy en día conocemos.
Si aquella neófita “casa de reptiles” ubicada en la “Ménagerie du Jardin des plantes” encumbró a la “terrariofilia” europea, el zoológico de Filadelfia fue también un referente en EE.UU al presentar al público en 1874 el primer terrario del país. Tiempo después, aquellas instalaciones herpetológicas crecieron y acogieron a una inusual colección de reptiles bajo las directrices del reputado herpetólogo A. E. Brown, siendo célebre la incorporación al centro de la especie Sphenodon punctatus, exhibida por primera vez en el nuevo mundo en el año 1894.

Especies presentes en los primerizos zoológicos europeos.
Durante la época, además de especies de anfibios y reptiles europeas como Salamandra atra, Coronella austriaca, Vipera verus o Anguis fragilis formaron también parte de las colecciones zoológicas especies éxoticas como: Andrias Japonicus, Aldabrachelys gigantea, Macrochelys temminckii, Sphenodon punctatus, Iguana iguana, Varanus komodoensis, python reticulatus o boa contrictor entre muchas otras. Un inventario de reptiles que creció a finales de siglo al iniciar su andadura el “laboratoire d´Erpétologie” en Montpellier (Francia), una pionera compañía en la importación de reptiles.
Durante este periodo, el mantenimiento en cautividad de reptiles y anfibios no conllevó grandes éxitos en la reproducción de estas especies, salvo cuando daban a luz hembras capturadas grávidas, pero aquel inovador enriquecimiento ambiental si permitió aumentar la esperanza de vida de las especies cautivas y confirmar que algunos de los comportamientos de aquellas especies no estaban condicionados por su cautividad y que se producían también en libertad.
El primer terrario.
En 1828, Nathaniel Ward, un médico británico apasionado por la botánica y la entomología, introdujo una crisálida de polilla en el interior de un recipiente de vidrio sellado con el fin de contemplar su metamorfosis. La historia no registra claramente el desarrollo de aquel insecto, pero sí el de un pequeño helecho que inesperadamente germinó en el interior de aquel frasco cerrado aprovechándose de la humedad constante que aquel permitía.
Por aquel entonces, cultivar plantas e incluso enviarlas bajo superficies acristaladas no era nuevo, pero el hallazgo de Ward, en forma de pequeño ecosistema independiente de las condiciones atmosféricas circundantes, fue el gran avance que cambió para siempre el arte y la ciencia de la exploración de plantas.

Poco después, en 1833, Ward contrató a un carpintero para que construyera una “caja” con el fin de poder experimentar más. Ésta finalmente dispuso de vidrio y madera (capaz de resistir la descomposición por condensación) dando lugar al primer ‘Terrario’. Una obra que adoptó el nombre de Wardian Case y que desarrolló una pasión nacional por las plantas exóticas.