Los terrariófilos somos unos grandes acomplejados. Aunque esta frase bien podría aplicarse a otros muchos sectores que mantienen, crían y aman con absoluta devoción animales en cautividad.

Antes de continuar, cabe aclarar que este es un artículo de opinión y que las profanas conclusiones que aquí se arrojan están carentes de toda ciencia.

Hay quien data los orígenes de la terrariofilia en el S. V a.C. Por aquel entonces los egipcios ya mantenían cocodrilos del Nilo (Crocodylus niloticus) en cautividad en estanques y templos donde eran adorados.

Quizás resulte un poco atrevido hablar de terrariofilia tal y como la entendemos hoy en día.  Sin embargo, no podemos negar que fueron unos pioneros. Yo, en cambio, iré un poco más lejos y «culparé» de esta pasión nuestra a los hombres y mujeres del Neolítico. No quiero dejar pasar la oportunidad de subrayar el papel indispensable que desempeñaron las mujeres en el proceso de domesticación, debido a que fueron ellas las principales encargadas del cuidado en cautividad de los pequeños rumiantes llegando incluso a amamantar a las crías que así lo necesitaran (Mattiello, 1998). Esto no se explica en los libros de texto pero así fue, y al César lo que es del César.

Las cifras bailan, pero digamos que todo empezó allá por el 8.500 a.C aunque la domesticación del perro (Canis familiaris) se produjo entre el 14.000 y 12.000 a.C y los primeros caprinos (Capra aegagus) no comenzaran a domesticarse hasta el 8.000 a.C. Por aquel entonces los cambios climáticos, que se iniciaron tras el fin de la Era Glacial, propiciaron que las poblaciones humanas se volvieran progresivamente sedentarias y, con este cambio fundamental para la evolución humana, llegó la domesticación de animales y plantas. De este modo, la naturaleza pasó de ser un hábitat a un conjunto de recursos que el ser humano podía gestionar.

Según Price (1984), cito textualmente: «La domesticación es un proceso mediante el cual una población animal se adapta al hombre y a una situación de cautividad a través de una serie de modificaciones genéticas que suceden en el curso de generaciones y a través de una serie de procesos de adaptación producidos por el ambiente y repetidos por generaciones».

A pesar de que la domesticación comenzó siendo un proceso de explotación de recursos, se estableció de manera natural e involuntaria una interacción biológica entre individuos de diferentes especies donde ambos se beneficiaban y mejoraban su aptitud biológica denominada mutualismo biológico. Por lo tanto, desde los inicios de la Revolución Neolítica, en los albores de la humanidad, el hombre ha mantenido y criado animales en cautividad.

A medida que fuimos evolucionando como especie y nuestras necesidades básicas fueron satisfechas, la contemplación de la Naturaleza y su biodiversidad pasó de ser un recurso a explotar a un recurso del que maravillarse. No en vano, muchos miles de años atrás – para ser más precisos hace 45.500 años – el Homo Sapiens ya realizaba las primeras pinturas rupestres conocidas hasta la fecha (Cueva de Leang Tedongnge, Célebes, Indonesia) representando principalmente jabalíes y bóvidos.

El arqueólogo francés Salomon Reinach lanzó, en 1903, una de las primeras teorías más firmemente mantenidas por la ciencia, por la cual los habitantes de las cavernas pintaban animales para propiciar la caza como si de un ritual se tratara. Pero esta misma ciencia no ha contemplado con suficiente seriedad la posibilidad de que, tal vez por aquel entonces, aquellos Homo Sapiens ya se sintieran tan fascinados por los animales como nos deslumbran y nos maravillan hoy en día. Y de este modo, la curiosidad intrínseca al ser humano pasó a formar parte de la última etapa de la domesticación.

Dicha admiración por la Naturaleza y las diversas especies animales, han llevado al ser humano a establecer una relación basada en la curiosidad, la necesidad de aprendizaje y el respeto más sagrado hacia la vida animal. Nosotros, los terrariófilos, mantenemos y criamos especies en cautividad a lo largo de cientos de generaciones mediante un meticuloso proceso de selección, como ya llevaron a cabo nuestros ancestros durante la domesticación. El mutualismo biológico está presente en la interacción que mantenemos con nuestros animales, pero esta vez no ha sido algo fortuito sino un hecho cargado de consciente intencionalidad.

El bagaje de conocimientos que hemos adquirido en base a la experiencia acumulada y a los avances científicos nos permiten, a día de hoy, aportar a nuestros animales las mejores condiciones de vida inimaginables mejorando, de modo más que notable, sus esperanzas de vida. Tenemos a nuestra disposición un amplísimo abanico de terrarios e instalaciones para albergar cualquier especie en función de sus distintos requerimientos, sistemas de calefacción como mantas, cables térmicos y bombillas de calor, termostatos, higrómetros, sistemas de lluvia, diversos sistemas de iluminación, dietas y complementos especializados y miles de productos que nos permiten realizar un enriquecimiento ambiental que cubra todas sus necesidades. Y es que no se puede entender la terrariofilia sin su pilar fundamental: el Bienestar Animal.

C. hortulanus en un terrario estudiado y enriquecido

Llegados a este punto he de deciros: ¡basta ya de complejos!. No evitemos la palabra «cautividad» como si fuera tabú. Usémosla con orgullo, así, en mayúsculas: CAUTIVIDAD. Da igual si nuestros terrarios miden dos metros, cinco o quinientos. Los animales siguen y seguirán viviendo en CAUTIVIDAD. Si bien algo es cierto, y no creo que nadie lo ponga en duda, es que tenemos la obligación para con ellos de procurarles el espacio y las condiciones adecuadas para que puedan desarrollarse en toda su plenitud.

Pero no olvidemos que perros y gatos fueron también animales salvajes que ahora viven en la cautividad de nuestros hogares, ya que domesticación proviene del latín domesticus «perteneciente a la casa» y nadie habla de su maltrato o infelicidad por vivir en nuestras casas. Nadie que tenga perros o gatos se avergüenza y nadie es considerado un carcelero por ello. Se ha aceptado socialmente como algo natural porque en realidad lo es. No hay NADA que haga más lícita la tenencia de un gato o un perro que la de un gecko o un lagarto. Esto es lo que necesitamos que sea entendido por el conjunto de la sociedad. Y para que otros normalicen y acepten la terrariofilia, hemos de ser nosotros mismos los primeros en normalizar y aceptar lo que somos y lo que hacemos.

Tendemos a esgrimir el argumento, como el que blande una espada, de que la terrariofilia es el gran reservorio de especies amenazadas, el último bastión, nuestra arca de Noé de cristal. Pero pese a ser un factor crucial que forma parte intrínseca de nuestra afición y del mutualismo biológico, protegiendo la vida salvaje en sus lugares de origen, prestad mucha atención a lo que os diré a continuación: no le importa a nadie en absoluto salvo a nosotros. Y, por este motivo, de nada sirve alzar esa espada en una batalla que no vamos a ganar.

Por regla general y hablando con honestidad, el motivo primordial por el que mantenemos reptiles, anfibios o artrópodos en CAUTIVIDAD no es el fin altruista de proteger la vida salvaje. No mantenemos geckos leopardo, crestados o serpientes, cuyas fases ni siquiera existen en la naturaleza para evitar la extinción de las especies. El verdadero motivo, que debería ser gritado a los cuatro vientos, es que mantenemos en CAUTIVIDAD a reptiles, anfibios y artrópodos porque nos apasionan los animales y no podemos concebir la vida sin ellos. Disfrutamos de su contemplación, nos fascinan sus comportamientos, nos nutrimos de ellos. Cuánto más aprendemos, más valor cobran sus vidas para nosotros, más fervientes defensores nos volvemos de su preservación como parte de la biodiversidad y del equilibrio de la Naturaleza que son.

Coloración de E. macularius fruto de la cría selectiva

Nuestros animales nos vuelven más empáticos, más humanos y más sensibles a la Madre Naturaleza. Esto mismo les sucede a quienes mantienen perros y gatos. Estos animales gozan del amor y la necesidad de protección por parte de miles de millones de personas a lo largo de todo el mundo porque comparten sus vidas con ellos, por la empatía y la sensibilidad que otorga el convivir. Por esa razón son tan pocos quienes defienden y se preocupan de nuestra fauna autóctona como víboras, culebras, camaleones, lagartos o anfibios,  puesto que para ellos son unos absolutos desconocidos. Y no cobra el valor que realmente tiene aquello que se desconoce.

Ningún terrariófilo aprovecharía el encuentro con una serpiente en medio de una carretera para pasarle por encima con las ruedas del coche, práctica tan tristemente habitual. Pararía su vehículo y la pondría a salvo fuera del asfalto. Este respeto por la vida animal, tenga pelo o no, es lo que enseñará a sus hijos y a todo aquel que esté dispuesto a escuchar. Nosotros mantenemos a nuestros animales en CAUTIVIDAD porque está en nuestro ADN; ese ADN tan Neolítico y tan revolucionario que llevamos dentro desde los albores de la Humanidad. Un fuego que arde con mayor fulgor en el interior de algunas personas y en otras no, pero un gran fuego que es común a todos.

Aquellos hombres y mujeres impulsaron la Revolución Neolítica hace miles de años. Pues bien, ahora nos toca a nosotros impulsar nuestra propia Revolución. Sin complejos.