Un debate frecuente entre los terrariófilos españoles es el divorcio existente entre ellos y un amplísimo número de representantes de la herpetología que podemos llamar “oficial”. Desde este ámbito, los practicantes del hobby son acusados de ser los responsables de muchos de los males que aquejan a los reptiles y anfibios. Es frecuente ver este señalamiento tanto en medios masivos como en artículos publicados en influyentes revistas indexadas revisadas por pares.

“Una de las principales amenazas de esta especie es el expolio para terrariofilia, es decir, cuando la gente las coge y se las lleva a sus casas como mascota”, afirmaba el “biólogo y fotógrafo conservacionista” Javier Lobón Rovira a National Geographic España al hablar del galápago europeo, en septiembre de 20201. Una afirmación bastante poco fundada, teniendo en cuanta la casi anecdótica presencia de la especie en los terrarios españoles, y la producción de granjas en Eslovenia, que suministran ejemplares suficientes para nutrir la demanda de mercados europeos y asiáticos.

Y quizás en esta presentación de Javier Lobón, la redactora de National Geographic España nos daba una pista sobre lo que está pasando. En febrero de 2020, un nutrido número de prestigiosísimos herpetólogos alemanes firmaba el informe “Recomendaciones para la importación de anfibios vivos a la UE, con especial consideración de los aspectos veterinarios, médicos y epidemiológicos.”2, entre los que se encontraban Wolfgang Böhme, Jonas Maximilian Dehling, Uwe Fritz, Stefan Lötters, Frank Pasmans o Tomas Ziegler.

En uno de sus párrafos se destacaban algunos de los valores de la terrariofilia: “La tenencia privada de anfibios es una actividad de ocio significativa, que forma parte del libre desarrollo personal de los propietarios. También es un componente esencial para obtener conocimientos biológicos que no pueden generar las universidades y los parques zoológicos por sí solos. Si la cría privada se lleva a cabo de forma profesional y de conformidad con las normativas legales pertinentes, no hay nada en contra, por motivos de protección, de mantener animales o especies. La tenencia de anfibios también puede tener un impacto positivo en la educación ambiental y la conciencia sobre este grupo de animales. La vinculación de la ciencia profesional con la “aficionada” tiene una tradición muy fructífera en Alemania que se remonta a hace más de 150 años (por ejemplo, en historia natural y asociaciones y sociedades vivarísticas) y actualmente está siendo promovida y demandada cada vez más por la política y la sociedad en particular (por ejemplo, Citizen Conservation).”

En Alemania, la tenencia lúdica de anfibios y reptiles es un hecho aceptado y poco cuestionado entre la comunidad científica. Sin embargo, en España parece ser sólo justificable desde el punto de vista de la Conservación, y es rechazada por un amplio sector, al que pertenece este biólogo presentado como “conservacionista”. Dudo que estos ilustres biólogos alemanes estén menos interesados en la conservación que el protagonista de la nota de National Geographic España. La Herpetología es una rama de la biología, y a su vez de la zoología, que estudia los anfibios y reptiles. La raíz griega del sufijo “-logía” proviene de la palabra “-λογ”, del verbo del griego antiguo λέγειν (legein, ‘hablar’), y hace referencia al estudio de un determinado tema, sin límites de ninguna clase.

La ciencia de la Conservación es básicamente una ciencia social. El ser humano es una especie más de las que habita el planeta tierra, y el impacto que genere en el resto de especies debe ser modulado en función de los diferentes intereses de distintos grupos, teniendo en cuenta una serie de factores que deben ser puestos en una balanza. Somos la única especie que tiene esa capacidad, porque somos la única capaz de pensar de manera abstracta, y el pensamiento abstracto trae consigo la aparición de las ideologías.

Las ciencias naturales poco tienen de opinable. Ácido más base, sal más agua. Eso ocurre independientemente de la opinión que tengamos al respecto. En las ciencias sociales, esto no es así. Los problemas se pueden enfocar desde diferentes escuelas de pensamiento, de ideologías diferentes. Existe una fuerte influencia del Ecologismo en la Conservación. El Ecologismo no es ciencia, la ciencia es la Ecología. Los recientes libros de José Miguel Mulet3 y Jesús Zamora Bonilla4 inciden sobre esta cuestión, vista desde una perspectiva estrictamente científica (Mulet) o filosófica (Zamora Bonilla). El Ecologismo rechaza la tenencia de animales diferentes de los tradicionalmente domésticos en cautividad. No es sorprendente ver este rechazo expresado de manera explícita en los principios ideológicos de las grandes organizaciones ecologistas, como “Ecologistas en Acción”, que se posiciona abiertamente a favor de los derechos animales en su apartado 65.

Los derechos de los animales se engloban dentro de la ideología conocida como “Animalismo”, que tienen una base filosófica “sólida”, y que entronca con una de las tres escuelas principales de ética normativa: La Deontología, que enfatiza las acciones, derechos y deberes, representada principalmente por el pensamiento de Kant,  el Consecuencialismo (y dentro del él, particularmente, el Utilitarismo), representado por Bentham, y la Ética de las Virtudes, que se enfoca en la importancia de desarrollar buenos hábitos de conducta o virtudes, y de evitar los malos hábitos, es decir los vicios, la ética aristotélica clásica. El hecho de nombrar las tres no es baladí. La teoría de los derechos animales tiene una raíz deontológica, kantiana, pese a que tiene ciertos aspectos del resto.

El autor más influyente de esta corriente es Tom Regan. Los animales tendrían derechos, pero no de la misma forma que los humanos, puesto que muchos de ellos no pueden ser comprendidos por pertenecer al pensamiento abstracto. Sin embargo, tendrían derecho a la vida y a no ser dañados, de forma igualitaria e inalienable. Por tanto, la muerte de un animal para el mayor bien de otros animales no podría entenderse de manera alguna (lo cual, dicho sea de paso, no tiene demasiado sentido en Conservación). El animalismo bienestarista tiene una raíz utilitarista, y su autor más destacado es Peter Singer. Los animales no tendrían derechos inalienables, pero su sufrimiento debería ser minimizado en la medida de lo posible.

Las teorías de Regan son mucho menos flexibles que las de Singer. Sin embargo, para ambos la tenencia de animales sería una forma de esclavitud. Si no aceptamos la esclavitud humana, de la misma forma no se puede aceptar la esclavitud animal. Además, cara a los que mantienen animales, entra la ética aristotélica clásica en juego:  las motivaciones por las que se tienen animales en cautividad no serían “virtuosas”, sin entrar en si los animales son mantenidos en buenas condiciones y de acuerdo con sus necesidades etológicas. Ciertas acciones de conservación, por desgracia, pueden suponer la muerte de muchos animales, como aquellas que suponen el control de especies invasoras.

Sorprende ver por tanto una adhesión sin fisuras a los postulados de Regan (derechos animales), ya que Singer no dejaría de ser un utilitarista bienestarista. La infiltración del animalismo dentro de las organizaciones ecologistas no deja de ser preocupante. Al final el animalismo solamente es una ideología más (y no la más brillante) dentro del supermercado cultural del siglo XXI, como hacía notar el filósofo Jesús Zamora, pero tiene implicaciones muy serias en la relación entre los seres humanos y el resto de los animales. Por otro lado, el Ecologismo ha tomado posesión incluso de algunas sociedades científicas como la Sociedad Española de Ornitología, hoy SEO/Birdlife, que ya pocos la identifican como otra cosa que no sea una organización ecologista, más que como sociedad científica. Y de la misma forma ocurre en no pocas asociaciones y sociedades herpetológicas.

Sorprende ver como algunas asociaciones renuncian al fomento y la práctica de la terrariofilia y otras modalidades de mantenimiento en cautividad salvo para acciones puntuales de conservación y divulgación, y nunca con fines lúdicos, en sus estatutos de manera explícita. Una renuncia ideológica al λέγειν, hablar sobre algo, el estudio de algo, a la parte zootécnica de la herpetología, siendo algo solamente justificable para la conservación. Con objetivo “virtuoso”. Esta actitud no tiene nada que ver con la Herpetología. No hay que confundir la conservación “ética” o “moral” de los herpetos con la ciencia que estudia su conocimiento.

No hace mucho tiempo, como miembro de SOHEVA, tuve que contactar con una sociedad herpetológica para buscar colaboración para un interesante proyecto con galápagos.  La contestación fue que “cómo nos atrevíamos a tocar a las puertas de los ayuntamientos para estudiar tortugas autóctonas si éramos responsables de que existieran las invasoras al estar de acuerdo con su tenencia”. Para investigar hay que ser “virtuoso”, parece ser.

Sin embargo, la virtud ética para un científico debería comenzar por seguir el método científico, eliminar los sesgos, tanto ideológicos como el p-hacking que magistralmente retrata Stuart Ritchie en su libro “Science Fictions”6, y evitar la negligencia y por supuesto, el fraude. Enlazando con la gestión de las especies invasoras, sorprende el silencio de la mayoría de las asociaciones herpetológicas por la inclusión de la pitón real, el varano de la sabana y la tortuga de la península en el listado de especies invasoras, y el listado canario de especies potencialmente invasoras. El método científico en dicha inclusión brilló por su ausencia: los análisis de riesgos presentados para las tres especies nombradas carecían de fecha y firma, no se aplicó sistema de eliminación de sesgos alguno, y no se usó ningún protocolo entre los recomendados por la UE.

Dichos análisis de riesgos fueron avalados por un dictamen firmado por un prestigioso herpetólogo gallego en el que se alertaba del riesgo que suponen las tortugas “matamata” para los ecosistemas ibéricos. A día de hoy, el proyecto LIFE Invasaqua sigue proponiendo esta especie como potencialmente invasora, según una reciente nota de prensa7, y no consta que se haya realizado ningún nuevo análisis de riesgos. Desde luego, alguien vio en estas acciones una buena noticia para la Conservación. “Se non è vero, è ben trovato”. Tal actuación podría encuadrarse dentro de la ética consecutiva, que basa el juicio de los actos en sus consecuencias: la prohibición de esas especies ayudaría a un fin último, el de conservar. Sin embargo, los sesgos ideológicos deben ser minimizados en la ciencia, ya que son ajenos a ella.

Con frecuencia, los investigadores tienen un interés ideológico o político en sus resultados. Es un hecho asumido, y por ello existe la declaración de “conflicto de intereses” en los artículos científicos. Sin embargo, en recientes publicaciones en revistas indexadas, promovidas por autores pertenecientes a grupos animalistas que incluso están inscritos como “grupos de interés” ante la CE, sorprende que los autores no declaren conflicto alguno, por lo que de poco sirve. La ciencia es algo social, como nos recuerda Ritchie varias veces en su libro: “Compartir los resultados entre una comunidad de investigadores puede, parcialmente, compensar los sesgos individuales de una persona en concreto, pero cuando esos sesgos se comparten entre toda la comunidad, se pueden convertir en un peligroso pensamiento de grupo”.

El concepto “pensamiento de grupo” fue acuñado en 1972 por el psicólogo I. Janis, para describir el proceso por el cual un grupo toma decisiones malas o irracionales. De ahí que el listado de la matamata como invasora potencial en España por parte de LIFE Invasaqua no sea de extrañar. Y el peligroso sesgo que se está introduciendo en muchas publicaciones científicas relacionadas con el comercio de fauna, con datos malinterpretados y recomendaciones gratuitas, es algo que está comenzando a ser denunciado en diversos artículos por autores como presidente del Grupo de Especialistas en Boas y Pitones de la UICN SSC Daniel Natusch8 o Dan Challender9, de la Universidad de Oxford y presidente del grupo de pangolines de IUCN SSC.

Las decisiones políticas deben estar basadas en la ciencia, y es responsabilidad de los científicos suministrar información de la mejor calidad posible, evitar a toda costa los sesgos, detectar las negligencias y por supuesto, denunciar el fraude. Decisiones tan poco fundamentadas como la de las tres especies del RD 216/2019 no ayudan a considerar justas las leyes y generan un peligroso rechazo entre las comunidades afectadas, e incluso dar lugar a situaciones kafkianas: el proyecto LIFE “Guardianes de la Naturaleza”, impulsado por SEO/Birdlife, no dudaba en identificar10 a los vendedores ilegales de fauna como un “Hombre, entre 36 y 45 años, de nivel sociocultural medio, que tiene conocimiento de la ley, pero no la considera legítima”.

El interés que mueve a la mayoría de los terrariófilos no es científico. Es, en muchas ocasiones, simple ocio, aunque se pude llegar a convertir en mucho más. La fascinación lleva a personas de muy limitados conocimientos generales a atesorar una cantidad ingente de información, en muchas ocasiones, muy por encima de su formación general, mientras que otros quedarán toda su vida al mínimo nivel que les genere entretenimiento.  Los más avanzados incluso podrán contribuir a la conservación de manera directa con su experiencia. Sin embargo, la contribución indirecta es todavía mayor: la tecnología zootécnica avanza a pasos agigantados gracias a la gran base de terrariófilos, que hacen que sea rentable la investigación en nuevos sistemas de iluminación, filtración, humidificación… e incluso en veterinaria.

También hay delincuencia asociada a la terrariofilia, eso es innegable, de la misma forma que puede existir en el mundo del arte. Pero eso no convierte a la inmensa mayoría de honrados galeristas en emuladores de Erik el Belga. Pero tampoco mueve a los terrariófilos un interés ideológico, más allá de pedir disfrutar de su afición en libertad. Dicho todo esto, a la inmensa mayoría de la población se la traen al pairo los anfibios y los reptiles, y lo único que les provocan es rechazo y asco. Tanto conservacionistas como terrariófilos tienen que buscar puntos de unión alejados de las ideologías extremas, puesto que tampoco hay tanta gente interesada en estos fascinantes animales.

Sin embargo, las posiciones se encuentran en este momento, en una situación muy alejada, más cuando voces desde el MITECO y algunos sectores de la herpetología “conservacionista” piden una lista blanca de reptiles que se puedan mantener, impulsada por organizaciones animalistas radicales11. No se me ocurre nada más estúpido que prohibir la tenencia de especies en cautividad que funcionan bien en terrario para conservarlas, más si están casi extintas en la naturaleza. Solamente para que puedan ser mantenidos únicamente por unos elegidos de forma “ética”. La clave para la Conservación con mayúsculas está en la colaboración entre todos los sectores interesados, con criterios objetivos y alejados de posiciones ideológicas. El ejemplo alemán está ahí.

  1. https://www.nationalgeographic.es/animales/2020/09/el-galapago-europeo-continua-en-grave-declive-en-espana
  2. https://www.soheva.org/2021/02/03/recomendaciones-a-la-ue-para-la-importacion-de-anfibios-vivos/
  3. https://www.planetadelibros.com/libro-ecologismo-real/328481
  4. https://www.investigacionyciencia.es/revistas/investigacion-y-ciencia/el-enigma-del-muon-834/una-dosis-de-confianza-en-el-futuro-19926
  5. https://www.ecologistasenaccion.org/principios-ideologicos/
  6. https://www.sciencefictions.org/
  7. http://www.lifeinvasaqua.com/las-272-especies-invasoras-que-podrian-causar-estragos-en-la-peninsula/
  8. https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/33604972/
  9. https://t.co/QWU7CXkfNg?amp=1
  10. https://www.club-caza.com/actualidad/actualver.asp?nn=12874
  11. https://www.listadopositivo.org/