Las personas que no me conocen se sorprenden, y mucho, cuando descubren que me dan miedo los perros. Les cuesta comprender cómo alguien que ha trabajado en un centro zoológico, con serpientes venenosas o mamíferos de gran tamaño, siente escalofríos cuando está delante de un can, pero no frente a cualquier otra «bestia». Evidentemente, somos conscientes (los que nos dedicamos a ello), del riesgo que entraña tratar con animales, sean potencialmente peligrosos o no, pero somos afortunados de haber vivido las primeras experiencias con estos seres vivos de forma positiva y controlada.

David y Clara disponen de una amplia trayectoria en terrariófilia y comparten sus vivencias en Okidoki Reptile House, un canal de youtube que cuenta con más de veintisiete mil seguidores. Haz click aquí para acceder a sus videos.

Resulta que mi madre tiene una fobia terrible a los perros. Se vuelve ágil y rápida, cual gato, cuando sufre un encuentro fortuito con ellos. Como no podía ser de otra manera mi nacimiento fue de lo mejor que le pasó en la vida, por el gran acontecimiento que es tener un hijo y, también, porque éste iba a ser su «escudo» perfecto. Y es que era tal el terror que sentía que no podía evitar esconderse tras de mí, aunque yo tuviera un año.

Por aquel entonces (hace 33 años), mi padre era terrariófilo y en casa tenía, entre otras especies de animales, una boa, una iguana y varias tortugas. A través de su afición, él me enseñaba a admirar animales que una gran mayoría de personas ni tan siquiera podían ver en imágenes, a controlar mis sentimientos y a utilizar la lógica para saber cómo, cuándo y por qué un animal podría suponer un riesgo para uno mismo.

Aquellas vivencias desencadenaron dos emociones muy fuertes en mi: temor por los perros y amor por el resto de animales. Con esto no quiero decir que no me gusten los perros, ni mucho menos. Pero me gustaría que entendierais la importancia que tiene la educación sobre la naturaleza para/con los niños y niñas. Vivir aquel miedo tan grande de mi madre hizo que yo también lo sintiera y lo siga sintiendo. Y vivir la pasión de mi padre me hizo ser capaz de apreciar la belleza y la magia de la naturaleza, al haber dedicado junto a él tiempo, esfuerzo y recursos para el cuidado de sus animales.

Años más tarde, acabé cursando estudios relacionados con la educación, y en ese tiempo comprendí que haber tenido experiencias positivas con animales de diversas familias fue la clave para que todo lo anterior sucediera. Decidimos junto a Clara (mi pareja) comenzar una aventura realizando actividades de educación ambiental con reptiles y anfibios para niños y niñas de muy corta edad, entre 1 y 3 años, y luego con más mayores e incluso con adultos.

El autor durante una actividad de educación ambiental.

No dudábamos de que sería una experiencia única para todos ellos, pero nos sorprendió que la inmensa mayoría cambiara su percepción sobre aquella fauna en apenas 1 hora. Y que a través de una «simple actividad», entendieran que una guttata, una pogona o un gecko no eran más peligrosos que un perro pequeño o una ninfa, que eran necesarios en nuestros campos y que hay mucho mito sobre ellos.

Educación, experiencias, realidad… eso es lo que necesitan las personas para comprender a estos seres maravillosos.