Rectilia nació como una necesidad personal, como una forma de afrontar y superar el peor obstáculo de mi vida, la pérdida de mi padre. Desde 1991 la terrariofilia había sido siempre una fiel compañera de viaje y en muchas ocasiones me había apoyado en ella en momentos de flaqueza. Pero esta vez la bofetada había sido demasiado cruel y el observar el único terrario del que disponía o leer bibliografía relacionada no era suficiente. Necesitaba retroceder en el tiempo y recordar los buenos momentos vividos durante el transcurso de mi afición; la terrariofilia.
Uno de aquellos momentos especiales fue cuando en el año 1995 encontré el número 2 de la revista Reptilia durante un viaje a Madrid. Recordé como había disfrutado de manera exagerada de sus contenidos. Tiempo atrás había devorado los pocos títulos existentes de la editorial Hispano europea, pero la información y fotografías de aquella revista eran diferentes, transmitían pasión y vivencias reales. Gracias a aquella publicación, descubrí que aquello que me hacía ser diferente, y en ocasiones criticado, era una gran afición llamada terrariofilia y que no estaba solo en ella.

Sumergirme en el pasado, en la ilusión del principio, me sanaba y me hacía olvidar por unos instantes mi duro presente, y recurría a ello siempre que podía. Días después, recordé un viejo reportaje emitido por La 2 (en el año 1996) titulado; “Como un pulpo en un garaje”. Aquel documento audiovisual del espacio informativo línea 900 abordaba el comercio y la tenencia de animales exóticos, siendo reptiles y anfibios los auténticos protagonistas de todo aquel reportaje. Sus imágenes me habían impactado y tras recordar su existencia decidí revisar hemerotecas y redes sociales pero no existía rastro de él, jamás fue digitalizado.
Influenciado por aquellos mágicos recuerdos, días después comencé a fraguar una idea que decidí llamar Rectilia. Una idea que me permitiría seguir reviviendo aquellos momentos del pasado, que tanto me habían llenado, mediante la grabación de un documental. En él, repasaría todo aquello que me había hecho crecer como aficionado, poniendo nombre y apellidos a aquellos recuerdos. No podía obviar el presente de la afición y decidí reflejarlo para así dotar al documental de mayor sentido y perspectiva. Y así fue como en enero de 2015 empecé a convertir todos aquellos pensamientos (e ideas fugaces) en textos escritos, conformando así guiones y escaleta.
Desde el principio supe que nombres hubiesen podido dar forma aquella aventura. Los 25 años que llevaba como aficionado a la terrariofilia no me permitían ser el más sabio, pero sí reconocer a los que sí lo eran. El primer listado fue demasiado extenso. Todos ellos habrían tenido cabida, pero no disponía de un presupuesto abultado y debía ajustarme a una duración determinada. Finalmente, la selección constaba de 9 nombres propios.
Alberto Lladó, Albert Martínez, Txema López, Joaquim Soler y Josep Canela conocían los entresijos del pasado terrariófilo. Sus actividades profesionales eran divergentes pese a ello, sus nombres eran sinónimos de pasión y respeto hacia reptiles y anfibios. Por ello, y por sus constantes contribuciones a una mejor terrariofilia, consideré que no podían faltar en ese viaje que estaba a punto de iniciar.
Pretendía también, reflejar la continuidad de todos aquellos valores que, a mi entender, habían ido fortaleciendo la terrariofilia con el paso de los años. Y Cristian Romeu, Guillem Alemany, Borja Avi y Guillem Pascual fueron los siguientes nombres escogidos. Eran auténticos apasionados por los reptiles y anfibios y que a base de perseverancia e ilusión habían alcanzado resultados ampliamente satisfactorios en sus múltiples disciplinas.

Seleccionar el elenco de protagonistas había sido un trabajo fácil, pero convencerles de que participasen en un proyecto de estas características, sin remunerarles por ello, se me antojaba complicado. Más aún si cabe, a sabiendas de que cada grabación iba a durar un mínimo de 4 horas. Tiempo con el que me deberían de obsequiar en detrimento de sus actividades profesionales o vidas familiares. Estuve preparado para afrontar negativas, contacté con todos ellos y para mi asombro todos accedieron a participar en Rectilia.
Con ilusión inicié las grabaciones en junio de 2015. Poco a poco fui descubriendo las vivencias y experiencias de unos y otros. El rostro humano es capaz de expresar un sinfín de sentimientos y tras conocerles supe que los reptiles y anfibios eran mucho más que sus aficiones o trabajos. Eran su pasión, su forma de vida, su equilibrio vital y me sentí completamente identificado con todos ellos. Supe que su predisposición a participar en Rectilia, no era un hecho aislado. Eran personas dispuestas a compartir su conocimiento con todo aquel que estuviese dispuesto a escuchar.
Tras la última grabación, disponía de un total de 46 horas de imágenes y sonido. Iba a ser un placer laborioso el conseguir un resultado final de no más de 65 minutos, así que decidí pasar días enteros visionando todo aquel contenido audiovisual. Finalmente supe cuales iban a ser las escenas seleccionadas, todo parecía encajar y tener sentido. Los guiones se habían convertido en vivencias, conocimiento, experiencias y pasión. Debía compartir todo aquello con los demás aficionados y decidí hacerlo el 24 de diciembre de 2016, el día en que 2 años atrás había cambiado mi vida, el día en que nació Rectilia.
Hace apenas unos días, un allegado me preguntó si Rectilia había reafirmado mi afición por la terrariofilia. Le comenté que lo que realmente había conseguido Rectilia era enriquecer mi afición y completarla. Rectilia era el resultado de una pasión que me había ayudado a ser mejor hijo, mejor hermano y mejor amigo. Por ello, y por devolverme la sonrisa, estoy en deuda con esta afición y con todos aquellos que de una manera u otra aceptaron participar en este documental. Rectilia sin su apoyo jamás habría sido posible.